viernes, 16 de octubre de 2009

Joe Strummer

"La gente puede cambiar todo lo que quiera.
Cualquier cosa en el mundo.
La gente va siguiendo su caminito, yo soy uno de ellos, pero hay que parar y no mirar solo nuestra pequeña huella de ratón.
La gente puede hacer cualquier cosa, es algo que voy aprendiendo.
La gente está ahí, haciendose daño unos a otros. Están deshumanizados.
Es hora de recuperar la humanidad y llevarla al centro del ring.
Y actuar así por un tiempo.
El futuro no está escrito.
La codicia no va a ningún sitio.
Tendrían que escribir eso en un gran cartel.
Sin la gente no somos nada, eso es lo que pienso."


Joe Strummer
The Future Is Unwritten

lunes, 21 de septiembre de 2009

Hessois Auguste Spies

"la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora."
Hessois Auguste Spies (alemán, 31 años, periodista) momentos antes de ser ahorcado.

Hessois Auguste Spies fue condenado a morir ahorcado junto a August Spies, Adolph Fisher, Louis Lingg y George Engel por el estado de Illinois tras declararlos culpables en el juicio por los sucesos acaecidos durante la revuelta de Haymarket el 4 de mayo de 1886. Samuel Fielden y Michael Swabb fueron condenados a cadena perpetua y Oscar Neebe fue condenado a quince años de trabajos forzados, también condenados durante dicho juicio.
El juicio fue en todo momento una farsa y se realizó sin respetar norma procesal alguna, la prensa amarilla sostenía la culpabilidad de todos los acusados, y la necesidad de ahorcar a los extranjeros. Aunque nada pudo probarse en su contra, los ocho de Chicago fueron declarados culpables, acusados de ser enemigos de la sociedad y el orden establecido. Todos ellos anarquistas comprometidos con el movimiento obrero en la lucha a favor de la jornada laboral diaria de ocho horas.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Revuelta_de_Haymarket

jueves, 20 de agosto de 2009

Blade Runner




Título: Blade Runner

Título original: Blade Runner

Dirección: Ridley Scott

País: Estados Unidos, Hong Kong

Año: 1982

Duración: 117 min.

Género: Thriller, Acción, Ciencia ficción

Reparto: Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Edward James Olmos, M. Emmet Walsh,Daryl Hannah, William Sanderson, Brion James, Joe Turkel, Joanna Cassidy, James Hong, Morgan Paull, Kevin Thompson, John Edward Allen, Hy Pyke, Kimiko Hiroshige, Bob Okazaki, Carolyn DeMirjian, Ben Astar

Guión: Hampton Fancher, David Webb Peoples

Distribuidora: Warner Bros. Pictures

Productora: Shaw Brothers, Ladd Company, The, Run Run Shaw

Animación: John C. Wash

Casting: Jane Feinberg, Marci Liroff, Mike Fenton

Coproducción ejecutiva: Bud Yorkin, Jerry Perenchio

Departamento artístico: Arthur Shippee, Basil Lombardo, David Q. Quick, James F. Orendorff, James T. Woods, John A. Scott III, John C. Wash, Linda Fleisher, Mentor Huebner, Michael L. Fink, Michael Taylor, Sherman Labby, Stephen Dane, Terry E. Lewis, Tom Southwell, William Apperson

Departamento de transportes: Howard Brady Davidson

Departamento editorial: Kurt P. Galvao, Les Healey, R. William Zabala, Terry Rawlings

Departamento musical: Vangelis

Dirección: Ridley Scott

Dirección artística: David L. Snyder

Diseño de producción: Lawrence G. Paull

Efectos especiales: David Dryer, Douglas Trumbull, Logan Frazee, Richard Yuricich, Steve Galich, Terry D. Frazee, William Curtis

Efectos visuales: Benjamin Kutsko, Brian Nugent, Charles Cowles, Christian Boudman, Collin Fowler, David K. Stewart, David R. Hardberger, Diane Caliva, Don Baker, Edson Williams, Georgia Scheele, Gregory L. McMurry, Jarrod Nesbit, Jeffrey Jasper, Jill Bogdanowicz, John Scheele, Jonathan Rothbart, Leslie Ekker, Lisa Deaner, Marc Sadeghi, Mark Stetson, Matthew Yuricich, Michael Backauskas, Philip Barberio, Richard Ripple, Robert D. Bailey, Robert Hall, Robert Spurlock, Ronald Longo, Ryan Zuttermeister, Sean Wallitsch, Syd Mead, Tama Takahashi, Thomas Nittmann, Tim McHugh, Trent Claus

Fotografía: Jordan Cronenweth

Guión: David Webb Peoples, Hampton Fancher Roland Kibbee

Maquillaje: Marvin G. Westmore, Shirley Padgett

Montaje: Les Healey, Marsha Nakashima

Música: Vangelis

Novela original: Philip K. Dick

Producción: Charles de Lauzirika

Producción asociada: Ivor Powell Paul Prischman Run Run Shaw

Producción ejecutiva: Brian Kelly, Hampton Fancher

Sonido: Brydon Baker III, Bud Alper, Gene Ashbrook, Gerry Humphreys, Graham V. Hartstone, Joe Gallagher, Mike Hopkins, Peter Baldock, Peter Pennell

Vestuario: Bob E. Horn Charles Knode James Lapidus Jean Giraud Linda Matthews Michael Kaplan Winnie D. Brown

martes, 4 de agosto de 2009

Alejandro Jodorowsky

No quiero que me ames,
quiero que ames:
los incendios no tienen dueño.

Alejandro Jodorowsky

viernes, 31 de julio de 2009

lunes, 27 de julio de 2009

La Commune de Paris et la notion de l`état

Soy un amante fanático de la libertad, pues la considero la condición única bajo la cual pueden desarrollarse y crecer la inteligencia, la dignidad y la felicidad humanas; no me refiero a la libertad puramente formal concebida, medida y reglada por el Estado, una mentira eterna que, en realidad, no representa nada más que el privilegio de algunos basado en la esclavitud de los demás; ni a la libertad individualista, egoísta, raída y ficticia ensalzada por la escuela de J.J. Rousseau y las demás corrientes del liberalismo burgués, que tiene en cuenta los hipotéticos derechos de todos los seres humanos, representados por el Estado que limita los derechos de los particulares -una idea que lleva inevitablemente a reducir a cero los derechos del individuo-. No; me refiero al único tipo de libertad que merece tal nombre, una libertad consistente en el pleno desarrollo de todas las facultades materiales, intelectuales y morales latentes en cada persona; una libertad que no admite más restricciones que las determinadas por las leyes de nuestra propia naturaleza individual, que no pueden considerarse propiamente restricciones pues no han sido impuestas por ningún legislador externo al margen o por encima de nosotros, sino que nos son inmanentes e inherentes y constituyen la auténtica base de nuestro ser material, intelectual y moral. No nos limitan, sino que son las condiciones reales e inmediatas de nuestra libertad.

Mijaíl Bakunin

martes, 23 de junio de 2009

Solaris

Snaut entró en la cabina. Miró alrededor y luego se volvió hacia mí. Yo me levanté y me acerqué a la mesa.
—¿Me necesitas?
—¿No tienes nada que hacer? —dijo Snaut—. Podría darte trabajo... cálculos. Oh, no un trabajo muy urgente...
Sonreí.
—Gracias, pero no vale la pena.
Snaut miraba por la ventana.
—¿Estás seguro?
—Sí... Pensaba en algunas cosas y...
—Preferiría que pensaras un poco menos.
—¡Pero no sabes en qué estaba pensando! Dime, ¿tú crees en Dios?
Snaut me echó una mirada inquieta.
—¿Qué?... ¿Quién cree todavía?...
Yo adopté un tono desenvuelto.
—No es tan sencillo. No se trata del Dios tradicional de las religiones de la Tierra. No soy especialista en historia de las religiones y tal vez no haya inventado nada. ¿Sabes, por casualidad, si existió alguna vez una fe en un dios... imperfecto?
Snaut frunció las cejas.
—¿Imperfecto? ¿Qué quieres decir? En cierto sentido, todos los dioses eran imperfectos, una suma de atributos humanos magnificados. El Dios del Antiguo Testamento, por ejemplo, exigía sumisión y sacrificios, y tenía celos de los otros dioses... Los dioses griegos, de humor belicoso, enredados en disputas de familia, eran tan imperfectos como los hombres.
Lo interrumpí.
—No, no pienso en dioses nacidos del candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Es un dios... enfermo, de una ambición superior a sus propias fuerzas, y él no lo sabe. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas o mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados. Ha creado la eternidad, que sería la medida de un poder infinito, y que mide sólo una infinita derrota.
Snaut titubeó, pero ya no me mostraba esa desconfiada reserva de los últimos tiempos.
—El maniqueísmo, antaño...
Lo interrumpí.
—Ninguna relación con el principio del Bien y del Mal. Este dios no existe fuera de la materia, quisiera librarse de la materia, pero no puede...
Snaut reflexionó un instante.
—No conozco ninguna religión de ese tipo. Esta especie de religión nunca fue... necesaria. Si te comprendo, y temo haberte comprendido, piensas en un dios evolutivo, que se desarrolla en el tiempo, crece, y es cada vez más poderoso, aunque sabe también que no tiene bastante poder. Para tu dios, la condición divina no tiene salida; y habiendo comprendido esa situación, se desespera. Sí, pero el dios desesperado ¿no es el hombre, mi querido Kelvin? Es del hombre de quien me hablas.. Tu dios no es sólo una falacia filosófica, sino también una falacia mística.
—No, no se trata del hombre —insistí—. Es posible que en ciertos aspectos el hombre se acomode a esta definición provisional, y también deficiente. El hombre, a pesar de las apariencias, no inventa metas. El tiempo, la época, se las imponen. El hombre puede someterse a una época o sublevarse; pero el objeto aceptado o rechazado le viene siempre del exterior. Si sólo hubiese un hombre, quizá pudiera tratar de inventarse una meta; sin embargo, el hombre que no ha sido educado entre otros seres humanos no llega a convertirse en hombre. Y el ser que yo... que yo concibo... no puede existir en plural ¿comprendes?
Snaut señaló la ventana.
—Ah —dijo—, entonces...
—No, él tampoco. En el proceso de desarrollo, habrá rozado sin duda el estado divino, pero se encerró en sí mismo demasiado pronto. Es más bien un anacoreta, un eremita del cosmos, no un dios... El océano se repite, Snaut, y mi dios hipotético no se repetiría jamás. Tal vez esté ya en alguna parte, en algún recoveco de la Galaxia, y muy pronto, en un arrebato juvenil, apagará algunas estrellas y encenderá otras... Nos daremos cuenta al cabo de un tiempo.
—Ya nos hemos dado cuenta —dijo Snaut con acritud—. ¿Las novas y las supernovas serían entonces los cirios de un altar?
—Si tomas lo que digo al pie de la letra...
—Y Solaris es quizá la cuna de tu divino infante —continuó Snaut, con una sonrisa que le multiplicó las arrugas alrededor de los ojos—. Solaris es tal vez la primera fase de ese dios desesperado... Quizá esta inteligencia pueda desarrollarse inmensamente... Todas nuestras bibliotecas de solarística pueden no ser otra cosa que un repertorio de vagidos infantiles...
—Y durante un tiempo —proseguí— habremos sido los juguetes de ese bebé. Es posible. ¿Tú sabes lo que acabas de hacer? Has ideado una hipótesis enteramente nueva sobre el tema de Solaris. Felicitaciones. De pronto, todo se explica, la imposibilidad de establecer un contacto, la ausencia de respuestas, el comportamiento extravagante; todo corresponde a la conducta de un niño pequeño...
De pie frente a la ventana, Snaut refunfuñó:
—Renuncio a la paternidad de la hipótesis...Contemplamos un rato las olas tenebrosas; una mancha pálida, oblonga, se dibujaba al este, en la bruma que velaba el horizonte.
Sin apartar los ojos del desierto centelleante, Snaut preguntó de pronto:
—¿De dónde sacaste esa idea de un dios imperfecto?
—No sé. Me parece muy verosímil. Es el único dios en el que yo podría creer, un dios cuya pasión no es una redención, un dios que no salva nada, que no sirve para nada: un dios que simplemente es.

Stanisław Lem
Solaris

miércoles, 10 de junio de 2009

1984

Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigando en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable. Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz el Partido -y seguirá siéndolo durante miles de años- de parar el curso de la Historia.

George Orwell
1984

viernes, 24 de abril de 2009

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Konstantino Kavafis
Ítaca

lunes, 6 de abril de 2009

¡Tierra!

La fábula del abuelo Doc:
Caperucita Negra


Caperucita Negra era una mocosa de trece años que vivía en Harlem con una mamá empreñadora. La mamá limpiaba los suelos de Ronnie, el local chic para tiburones, en el que se esnifaba coca a toda pastilla y los camellos sudaban más que los camareros. Bien, a última hora de la noche la mamá de Caperucita limpiaba la moqueta con el aspirador y se encontraba en su interior un montoncito de coca y se lo llevaba a casa. Debéis saber que Caperucita tenía también una abuela ciega, ex saxofonista de jazz, que vivía sola con un canario, y los dos esnifaban coca como fuelles, la abuela llegaba a disparársela en la nariz con el saxo, y el canario se rebozaba con ella y luego cantaban juntos I get a kick of you y despertaban a todo el edificio. Cada semana Caperucita Negra tenía que cruzar todo Harlem para llevar la coca a la vieja, si no aquélla pillaba el mono y se iba a tocar el saxo por las calles con el canario que sostenía el platillo en la boca (era un canario robusto) hasta que alguien le diera una papelina para que dejara de tocar, porque la abuela con la edad se había atontado un poco y tocaba el saxo de manera equivocada llevándose a la boca la parte ancha y no era bonito de ver.
Pero no divaguemos. Una noche mamá le dijo a Caperuza:
-Vete a llevar el perico a la abuela, pero cuidado con Lonesome Wolf, Lobo Solitario, que le he visto vacilar por aquí. Lonesome es un chico que vende de todo, hasta moras si se lo piden, y tiene un expediente policíaco que parece una guía telefónica.
Caperuza Negra se va en la noche y no tiene miedo, porque es una negrita de trece años, pero lleva en el bolsillo una navaja que parece una tabla de windsurf.
Y hete aquí que en la calle 44 sale de la oscuridad el Lobo Solitario y se le planta delante y hace brillar los colmillos en la oscuridad y dice:
-Dime, hermanita, ¿qué llevas en el cestito? ¿Tortitas?
-¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, lobo? -dice Caperuza, y le suelta tal patada allí donde le cuelga que Lonesome saca por la garganta tres litros de whisky y el pudín de cerdo del almuerzo.
-Eh, pequeña -murmura Lonesome-, pegas duro. Pero tranqui: no quiero robarte la mercancía. Quiero proponerte un bisnes. Oye, liquidemos a la vieja, y cada vez que tu madre te da el perico nos lo quedamos nosotros. Yo te lo coloco, vamos a medias y cuando hallamos amontonado un pastón, nos vamos a Florida y abrimos un kiosko de granizados. ¿Qué te parece?
-Coño, Lonesome -dijo Caperuza-, tienes mucho morro. No te hacía tan duro. De acuerdo.
Y hete aquí que se presentan en la chabola de la vieja, que está en camisón sobre la cama llena de corn-flakes por todas partes y se está comiendo su zapatilla untada de mantequilla, más ciega que nunca.
-Estoy aquí, abuelita -dijo Caperuza.
-Que te den por el culo, Caperuza -masculla la vieja-. ¿Qué, te has parado a darle gusto al chocho con algún sifilítico por la calle, que no llegas hasta ahora? Un poco más y esnifaba el detergente, del mono que llevo. Suelta el perico, cabrona.
El lobo, aunque ciertamente no frecuenta duquesas, alucina con el fraseo de la abuela. Además, el canario se le caga en la cabeza.
Entonces el lobo se le acerca a la cama de la abuela con una bufanda en la mano para darle un tirón en la garganta.
-¿Eres tú, cabrona? -dice la vieja, estirando la zarpa-, trae el perico. Vaya... cómo te apestan los pies.
-He cambiado mucho -dice el lobo, poniendo vocecita de disco-music.
-Puede... -dice la vieja, tocándole-, pero ¿qué son estas dos grandes patillas?
-Es la última moda neoyorquina , abuela -susurra el lobo.
-¿Ah, sí? -prosigue la bruja-, y ¿de dónde has sacado este par de hombros?
-Hago cantidad de flexiones, abuela -dice el lobo, y se prepara para dar un buen estirón.
-¿Ah, sí? -dice la vieja-, ¿y esto qué es, un regalo?
Y coge al lobo de allí donde le cuelga y le da un tirón y Lonesome aúlla como diez ambulancias en procesión.
Luego la abuela saca un cañón de debajo de la almohada, y comienza a disparar con metralla, el lobo aúlla de dolor, Caperuza intenta largarse con la mercancía pero el canario le saca un ojo de un picotazo, se despierta todo el inmueble, hasta que llega un madero que hace la ronda tan grande como tres repartidores de coca cola puestos encima.
-¿Qué coño está ocurriendo aquí? ¿Nos estamos divirtiendo? -dice.
-Claro que sí -dice Caperuza-, y tú ¿no quieres esnifar un poco, tío?
Comienzan a esnifar como cosacos. Poco después llegan dos tipos rasta en pijama con una botella de gin, y una movida de puertorriqueños con latas para hacer música. La vieja toma el saxo y comienza a tocar Blue Moon al revés, pero el rasta le vacía dentro toda una botella de gin y la tumba por unas cuantas horas. Caperuza Negra se los va cepillando a todos uno tras otro y luego hay un gran follón porque un puertorriqueño se ha puesto dos veces a la cola y el policía va tan cachondo que se folla también a la abuela diciendo que siempre he sido un fan suyo señora Liz Taylor y en la confusión un puertorriqueño se hace una brocheta con el canario y Caperuza se cabrea y vienen de nuevo a las manos y llegan otros diez o doce que se suben por las paredes y hasta un bonzo, en fin que, a las ocho de la mañana Caperuza se presenta en casa tardísimo con una cara de vampiro con colapso.
-¿Son horas de volver a casa, marrana? -dice la mamaíta-, ¿dónde has estado?
Y Caperuza le cuenta una fábula.

Stefano Benni
¡Tierra!

miércoles, 4 de febrero de 2009

Amares

La noche/1

Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.

(El libro de los abrazos)

Eduardo Galeano
Amares
Alianza Editorial

lunes, 19 de enero de 2009

El principito

Entonces apareció el zorro:

-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.

Pero después de una breve reflexión, añadió:

-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito.

El zorro pareció intrigado:

-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.-
Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el príncipito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.

- Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- ¡Y vas a llorar!, -dijo él principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo.

Y luego añadió:

-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.

Antoine de Saint-Exupéry
El principito