viernes, 24 de abril de 2009

Ítaca

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Konstantino Kavafis
Ítaca

lunes, 6 de abril de 2009

¡Tierra!

La fábula del abuelo Doc:
Caperucita Negra


Caperucita Negra era una mocosa de trece años que vivía en Harlem con una mamá empreñadora. La mamá limpiaba los suelos de Ronnie, el local chic para tiburones, en el que se esnifaba coca a toda pastilla y los camellos sudaban más que los camareros. Bien, a última hora de la noche la mamá de Caperucita limpiaba la moqueta con el aspirador y se encontraba en su interior un montoncito de coca y se lo llevaba a casa. Debéis saber que Caperucita tenía también una abuela ciega, ex saxofonista de jazz, que vivía sola con un canario, y los dos esnifaban coca como fuelles, la abuela llegaba a disparársela en la nariz con el saxo, y el canario se rebozaba con ella y luego cantaban juntos I get a kick of you y despertaban a todo el edificio. Cada semana Caperucita Negra tenía que cruzar todo Harlem para llevar la coca a la vieja, si no aquélla pillaba el mono y se iba a tocar el saxo por las calles con el canario que sostenía el platillo en la boca (era un canario robusto) hasta que alguien le diera una papelina para que dejara de tocar, porque la abuela con la edad se había atontado un poco y tocaba el saxo de manera equivocada llevándose a la boca la parte ancha y no era bonito de ver.
Pero no divaguemos. Una noche mamá le dijo a Caperuza:
-Vete a llevar el perico a la abuela, pero cuidado con Lonesome Wolf, Lobo Solitario, que le he visto vacilar por aquí. Lonesome es un chico que vende de todo, hasta moras si se lo piden, y tiene un expediente policíaco que parece una guía telefónica.
Caperuza Negra se va en la noche y no tiene miedo, porque es una negrita de trece años, pero lleva en el bolsillo una navaja que parece una tabla de windsurf.
Y hete aquí que en la calle 44 sale de la oscuridad el Lobo Solitario y se le planta delante y hace brillar los colmillos en la oscuridad y dice:
-Dime, hermanita, ¿qué llevas en el cestito? ¿Tortitas?
-¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, lobo? -dice Caperuza, y le suelta tal patada allí donde le cuelga que Lonesome saca por la garganta tres litros de whisky y el pudín de cerdo del almuerzo.
-Eh, pequeña -murmura Lonesome-, pegas duro. Pero tranqui: no quiero robarte la mercancía. Quiero proponerte un bisnes. Oye, liquidemos a la vieja, y cada vez que tu madre te da el perico nos lo quedamos nosotros. Yo te lo coloco, vamos a medias y cuando hallamos amontonado un pastón, nos vamos a Florida y abrimos un kiosko de granizados. ¿Qué te parece?
-Coño, Lonesome -dijo Caperuza-, tienes mucho morro. No te hacía tan duro. De acuerdo.
Y hete aquí que se presentan en la chabola de la vieja, que está en camisón sobre la cama llena de corn-flakes por todas partes y se está comiendo su zapatilla untada de mantequilla, más ciega que nunca.
-Estoy aquí, abuelita -dijo Caperuza.
-Que te den por el culo, Caperuza -masculla la vieja-. ¿Qué, te has parado a darle gusto al chocho con algún sifilítico por la calle, que no llegas hasta ahora? Un poco más y esnifaba el detergente, del mono que llevo. Suelta el perico, cabrona.
El lobo, aunque ciertamente no frecuenta duquesas, alucina con el fraseo de la abuela. Además, el canario se le caga en la cabeza.
Entonces el lobo se le acerca a la cama de la abuela con una bufanda en la mano para darle un tirón en la garganta.
-¿Eres tú, cabrona? -dice la vieja, estirando la zarpa-, trae el perico. Vaya... cómo te apestan los pies.
-He cambiado mucho -dice el lobo, poniendo vocecita de disco-music.
-Puede... -dice la vieja, tocándole-, pero ¿qué son estas dos grandes patillas?
-Es la última moda neoyorquina , abuela -susurra el lobo.
-¿Ah, sí? -prosigue la bruja-, y ¿de dónde has sacado este par de hombros?
-Hago cantidad de flexiones, abuela -dice el lobo, y se prepara para dar un buen estirón.
-¿Ah, sí? -dice la vieja-, ¿y esto qué es, un regalo?
Y coge al lobo de allí donde le cuelga y le da un tirón y Lonesome aúlla como diez ambulancias en procesión.
Luego la abuela saca un cañón de debajo de la almohada, y comienza a disparar con metralla, el lobo aúlla de dolor, Caperuza intenta largarse con la mercancía pero el canario le saca un ojo de un picotazo, se despierta todo el inmueble, hasta que llega un madero que hace la ronda tan grande como tres repartidores de coca cola puestos encima.
-¿Qué coño está ocurriendo aquí? ¿Nos estamos divirtiendo? -dice.
-Claro que sí -dice Caperuza-, y tú ¿no quieres esnifar un poco, tío?
Comienzan a esnifar como cosacos. Poco después llegan dos tipos rasta en pijama con una botella de gin, y una movida de puertorriqueños con latas para hacer música. La vieja toma el saxo y comienza a tocar Blue Moon al revés, pero el rasta le vacía dentro toda una botella de gin y la tumba por unas cuantas horas. Caperuza Negra se los va cepillando a todos uno tras otro y luego hay un gran follón porque un puertorriqueño se ha puesto dos veces a la cola y el policía va tan cachondo que se folla también a la abuela diciendo que siempre he sido un fan suyo señora Liz Taylor y en la confusión un puertorriqueño se hace una brocheta con el canario y Caperuza se cabrea y vienen de nuevo a las manos y llegan otros diez o doce que se suben por las paredes y hasta un bonzo, en fin que, a las ocho de la mañana Caperuza se presenta en casa tardísimo con una cara de vampiro con colapso.
-¿Son horas de volver a casa, marrana? -dice la mamaíta-, ¿dónde has estado?
Y Caperuza le cuenta una fábula.

Stefano Benni
¡Tierra!